Un amor más allá del narcisismo (I)

Como indica el título de mi presentación, y como indican las referencias bibliográficas que he dado para el trabajo de este ciclo, lo que me gustaría hacer esta tarde es daros una idea –y solamente una idea, porque Lacan habla de este tema del principio al final de su enseñanza– una idea, entonces, de lo que dice Lacan del amor.
He tomado tres referencias de tres momentos diferentes de la enseñanza de Lacan. Primera, el Seminario 7: La ética del psicoanálisis (de 1959-60), donde Lacan habla específicamente del amor cortés. Segunda, el Seminario 8: La transferencia (de 1960-1), donde realiza una lectura muy divertida, y muy subversiva, del famoso Banquete de Platón, quizás el texto occidental más conocido sobre las cuestiones del amor. Y, tercera, el Seminario 20: Aún (de 1972-3), donde Lacan da algunos esbozos de lo que se puede entender como un “amor más digno”.
Esta idea de un “amor más digno” se encuentra en otro texto de Lacan, la “Nota Italiana” publicada en sus Otros escritos. Y en otro lugar habla Lacan también de un “amor menos tonto”.
Tomemos nota de la importante implicación, porque es algo que luego veremos: el amor puede ser tanto tonto como indigno; aunque no –y esta es la apuesta de Lacan– necesariamente.
Veremos también que, con este recorrido, podemos dar una respuesta –parcial, por supuesto– a dos preguntas que han circulado en los anuncios de este ciclo: ¿Cómo lee Lacan la literatura, en este caso, la poesía del amor cortés? y ¿Cómo lee Lacan la filosofía, en este caso, el Banquete de Platón?
Podríamos añadir, quizás, una tercera pregunta, crucial: ¿Cómo lee Lacan la literatura y la filosofía en tanto que psicoanalista? Porque, al fin y al cabo, un psicoanalista –incluso si “el artista le lleva la delantera”– no es ni artista ni filósofo.
Empecemos, entonces, con el primer punto:
1. El amor cortés, o el amor como sublimación
Todo lo que dice Lacan sobre el amor cortés, en el Seminario 7: La ética del psicoanálisis, está basado en lo que antes había dicho Freud sobre el trabajo del artista como un trabajo de sublimación. (Sabemos que Lacan describió su enseñanza como un “retorno a Freud”, un retorno a una lectura a la letra de los textos de Freud.)
Según Lacan, pues, Freud dice esencialmente tres cosas sobre la sublimación. Primera, que la sublimación se funda en la plasticidad de las pulsiones en el ser humano. Segunda, que para el ser humano –lo que Lacan llama el parlêtre, el ser hablante o parlante–, esta plasticidad de las pulsiones está absolutamente involucrada, imbricada, con el lenguaje –con lo que Lacan llama el juego de los significantes. Y, tercera, que el trabajo sublimatorio del artista opera con estos significantes para dar a las pulsiones un destino desviado de su meta directamente sexual, aunque todavía satisfactorio de otra manera, y sin tener que pasar por la represión que produce el síntoma neurótico. El artista que consigue la satisfacción de la sublimación no es, en los términos de Freud, un neurótico.
¿Qué añade Lacan a esta descripción de la sublimación? (Porque sabemos también que Lacan retorna a los textos de Freud para renovarlos con sus propias articulaciones e invenciones.)
En primer lugar, dice Lacan que, para el ser parlante en general y para el artista en específico, el juego de los significantes gira alrededor de un vacío central. En este Seminario, Lacan designa este vacío como das Ding (la Cosa). Extrae este término de uno de los primeros escritos de Freud, y lo hace resonar con la famosa Ding-an-sich (la Cosa-en-sí) del filósofo Kant, aunque habría que decir que si la Cosa-en-sí de Kant es puramente externa e incognoscible, la Cosa de Lacan es lo que él mismo llama, con un famoso neologismo, “éxtimo”.
¿Qué quiere decir éxtimo? Quiere decir que todas las empresas y actividades del ser humano, del ser parlante, impregnadas como son por el lenguaje, por el juego de los significantes, se llevan a cabo alrededor del vacío central de la Cosa, que opera en ellas como un tipo de límite interno inexpugnable. La religión, dice Lacan, funciona para evitar la Cosa. La ciencia (y el capitalismo también, dirá después) funciona para no creer en la Cosa, para intentar abolirla o, para utilizar otro término de Lacan, forcluirla (el capitalismo forcluye también, según Lacan en otro momento, el amor, algo que es muy interesante para nosotros en este contexto).
El arte, sin embargo, consigue hacer otra cosa con la Cosa, para decirlo así. Como dice Lacan, y le cito: “Todo arte se caracteriza por cierto modo de organización alrededor de ese vacío”. ¿Cómo podemos empezar a descifrar esta frase, contundente y enigmática a la vez? Lacan nos ayuda mucho, porque da cuatro ejemplos.
Primero, habla del alfarero tan apreciado por el filósofo Heidegger, quien también habla de das Ding. El alfarero que crea el vaso alrededor de nada, que crea nada de nada, dice Lacan, parafraseando a Shakespeare. Toda creación, afirma Lacan, es creación ex nihilo.
Segundo, Lacan habla de una colección de cajas de fósforos de su amigo Jacques Prévert. Una colección que junta los cajones de las cajas de forma gratuita, proliferante y excesiva, más allá de cualquier utilidad, revelando así las cajas mismas como la Cosa.
Tercero, Lacan habla de Cézanne, y de sus famosas manzanas. Le cito, porque vale la pena escuchar lo que dice. “En el momento en que la pintura gira una vez más sobre sí misma, en el momento en que Cézanne hace manzanas, es muy evidente que haciendo manzanas hace algo totalmente diferente de imitar manzanas –aun cuando su última manera de imitarlas, que es la más cautivante, sea la que está más orientada hacia una técnica de presentificación del objeto. Pero, cuanto más presentificado está el objeto en tanto que imitado, más nos abre esa dimensión en la cual la ilusión se quiebra y apunta a otra cosa. Todos saben que hay un misterio en el modo que tiene Cézanne de hacer manzanas, pues la relación con lo real tal como se renueva entonces en el arte hace surgir al objeto de un modo que es lustral, que constituye una renovación de su dignidad, a través de la cual, si me permiten la expresión, son datadas de una manera nueva esas inserciones imaginarias.” Las manzanas imaginarias de Cézanne, podríamos decir, otra vez, revelan algo de lo real de la Cosa.
El cuarto ejemplo que da Lacan es seguramente el más radical. Es el famoso cuadro de Holbein (más famoso después de Lacan, habría que decir) “Los embajadores”. Lacan lee este cuadro como paradigmático de la técnica artística de la anamorfosis, una técnica que opera una transposición óptica para hacer legible una forma previamente ilegible. Lo que vemos en el cuadro son dos señores mostrando con cierta ostentación los varios bienes du su mundo, pero si miramos el cuadro desde cierto ángulo, la forma anteriormente indescifrable que aparece en la parte de abajo se revela como una calavera, “insignia”, señala Lacan, “del clásico tema de la Vanitas”.
Este análisis del cuadro de Holbein es muy importante en relación con lo que dice Lacan del amor cortés en este Seminario. De hecho, el capítulo central se titula “El amor cortés en anamorfosis”, y es posible resumir el argumento de Lacan diciendo que lo que realiza el amor cortés es un tipo de anamorfosis al revés. ¿Por qué al revés? Porque si la anamorfosis pasa (como Cézanne) de lo imaginario a lo real, de los bienes del mundo a la calavera, el amor cortés pasa de lo real a lo imaginario. Si hay un movimiento de descenso en la anamorfosis, literal en el cuadro de Holbein, en el amor cortés hay un movimiento de ascenso, de elevación. Es por eso que entiende Lacan el amor cortés como paradigmático de la sublimación (la Sublimierung en Freud), una palabra que tiene relación, por supuesto, con la famosa Aufhebung (sublimación también) del filósofo Hegel, que implica algo de esta elevación.
Lacan da dos definiciones de la sublimación que clarifican mucho estas cuestiones, una más coloquial y la otra más formalizada, casi algorítmica, algebraica. La primera es la siguiente: “A nivel de la sublimación, el objeto es inseparable de las elaboraciones imaginarias y muy especialmente las culturales. No es que la colectividad simplemente los reconozca como objetos útiles –encuentra en ellos el campo de distinción gracias al que puede, en cierto modo, engañarse sobre das Ding, colonizar con sus formaciones imaginarias el campo de das Ding. En este sentido se ejercen las sublimaciones colectivas, socialmente aceptadas […] La sociedad encuentra alguna felicidad en los espejismos que le proveen moralistas, artistas, artesanos, hacedores de vestidos o sombreros, los creadores de las formas imaginarias.”
La segunda definición, más formalizada y fundada crucialmente en los descubrimientos de Freud sobre el narcisismo, y que Lacan resume aquí de forma cristalina, es esta: “Tenemos como guía la teoría freudiana de los fundamentos narcisistas del objeto, de su inserción en el registro imaginario. El objeto –en la medida en que especifica las direcciones, los puntos de atracción del hombre en su apertura, en su mundo, en la medida en que le interesa el objeto, en la medida en que él es más o menos su imagen, su reflejo– ese objeto, precisamente, no es la Cosa, en la medida en que ella está en el núcleo de la economía libidinal. Y la fórmula más general que les doy da la sublimación es la siguiente: ella eleva un objeto a la dignidad de la Cosa.”
Encontramos aquí las dos ideas fundamentales que introduce Lacan para hablar del amor cortés. Primero, este amor “eleva un objeto a la dignidad de la Cosa”. Y, segundo, esta elevación a la dignidad es esencialmente narcisista. El amor que está en juego en el amor cortés es un amor narcisista.
Para explicar estas ideas, tenemos que hablar un poco de la poesía del amor cortés, este fenómeno que apareció como un meteoro, dice Lacan, entre los siglos XI y XIII, especialmente en los troubadours franceses y los Minnesänger alemanes, pero también en Castilla, Cataluña y Inglaterra. Un fenómeno que no solo tuvo un impacto y una influencia sobre toda la poesía que ha venido después, sino también sigue modelando de alguna manera las relaciones amorosas de los seres parlantes.
No voy a entrar en los detalles de este fenómeno. Para los que quieren hacerlo, en la p. 182 del Seminario 7, provee Lacan una lista de libros sobre el tema que él sin duda leyó. Os recomiendo mucho también el capítulo sobre “La poesía lírica medieval” en la famosa Historia de la literatura universal de Martín de Riquer y José María Valverde (un libro absolutamente indispensable para todos los amantes de la literatura).
Lo que sí voy a hacer es resumir muy rápidamente lo que dice Lacan de la poesía del amor cortés como paradigmática de la sublimación.
Claramente, el objeto que esta poesía “eleva a la dignidad de la Cosa” es una versión muy peculiar, muy sublimada, de lo que llama Lacan en este Seminario el “objeto femenino” (precisamente, y de forma paradojal, en una época feudal que no muestra ningún signo de una posible emancipación de las mujeres). Este objeto es la Dama, la figura femenina a la cual se dirigen todas las contorsiones lingüísticas y propiamente poéticas, variables según el poeta, del amor cortés. Crucialmente, es una Dama desprovista de cualquiera característica particular o personal. “Nunca la dama es calificada”, dice Lacan, “por sus virtudes reales y concretas, por su sabiduría, su prudencia o ni siquiera su pertinencia.” O otra vez, y de forma incluso más clara: “En este campo poético, el objeto femenino está vaciado de toda sustancia real.” De hecho, como observa Lacan, muchos de los comentaristas del amor cortés han dicho que es como si los poetas estuvieran siempre hablando de la misma mujer –algo que para nosotros suena casi ridículo.
En lugar de lo concreto, entonces, la Dama aparece como lo que designa Lacan como “un partenaire inhumano, enloquecedor”, la más arbitraria posible en las exigencias de prueba que impone al poeta que la elogia, porque el amor cortés es esencialmente un código moral que implica toda una serie de lealtades, servicios y conductas ejemplares. Lo inhumano de esta pareja tampoco es una cualidad particular, porque sirve para garantizar estructuralmente, dice Lacan –y este es el punto fundamental– el hecho de que la Dama es estrictamente inaccesible para el poeta, el cual es privado de ella. En un nivel empírico, sabemos que casi todas las mujeres que inspiraron esta poesía estaban casadas con aristócratas, y que casi todos los poetas fueron meros sirvientes. En un nivel más estructural, Lacan afirma algo difícil, pero muy interesante: “[la] demanda última de ser privado de algo real está ligada esencialmente a la simbolización primitiva que cabe enteramente en la significación del don de amor.” El acercamiento poético a la Dama presupone un ascetismo, erige un obstáculo, requiere unos rodeos repetitivos que apuntan a una transgresión que nunca llega. Lacan se entretiene incluso definiendo la erótica fallida del amor cortés –con sus técnicas de circunspección, suspensión, y amor interruptus– como una permanencia en los placeres preliminares identificados por Freud.
Repitiendo lo que ya le hemos visto decir de la sublimación en general, Lacan insiste en que lo que explica la privación, la inaccesibilidad, de la Dama en la sublimación del amor cortés no es nada más y nada menos que el narcisismo del poeta. Este poeta proyecta su propio ideal en la imagen, el espejo, de la Dama, pero este espejo funciona como un límite, una barrera, que es imposible cruzar. El poeta no puede atravesar el límite de su propio narcisismo.
Hallamos una sorprendente confirmación de la hipótesis de Lacan en uno de los poemas o canciones, la canción de la alondra, del trovador Bernart de Ventadorn. Canta lo siguiente: “Dejé de tener fuerzas y de tener dominio sobre mí desde aquel momento en que me dejó mirarme en sus ojos, espejo que tanto me plugo. Espejo: desde que me miré en ti me han muerto los profundos suspiros, porque me perdí de la misma manera que se perdió el hermoso Narciso en la fuente.”
Con respecto a la cuestión que nos concierne, entonces, ¿qué hay más allá del objeto del narcisismo, en el nivel de lo que Lacan nombra como la Cosa? En toda la poesía del amor cortés, señala Lacan, esta Cosa solamente se revela, en una muy extraña inversión de la sublimación, una sola vez, en un poema absolutamente asombroso del también trovador Arnaut Daniel. Es el decimoctavo de los diecinueve que existen. Lo leo entero, porque vale la pena, y después pasaremos al Banquete de Platón: “Pues Raimon y Truc Malec defienden a doña Ema y sus posesiones, yo llegaré a viejo y senil antes de compartir requerimientos tales, de los que pueda desviarse tan gran pecado: para cornear le sería menester un pico con que extrajese del cuerno las adherencias; y luego podría fácilmente volverse ciego, porque es fuerte el humo que sale de dentro de los pliegues. / Bien le sería preciso ser picudo y que el pico fuera largo y agudo, porque el cuerno es feroz, feo y peludo y profundo dentro de la ciénaga; y ni un solo día está enjuto, porque despida la viscosidad que al punto extiende y se reduce. Y no conviene que nunca sea amante el que acerca su boca al cuerno. / Habría bastantes agradables probaturas más bellas que valdrían más; y si Bernart [de Ventadorn] renunció a ésta, por Cristo, no procedió como malvado, pues le cogieron miedo y terror; que si de arriba le cayera el chorro, le escaldaría el cuello y la quijada. Y no conviene que bese a una dama aquel que corneó cuerno hediondo. / Bernart , yo no estoy de acuerdo con Raimon du Durfort cuando dijo que vos nunca obrasteis torcidamente, porque si hubieseis corneado por diversión, hubiérais encontrado gran contratiempo y el hedor os hubiera muerto pronto, porque huele peor que estiércol en huerto. Y vos, quienquiera que os disuade, alabad a Dios porque os ha salvado de ello.”
El amor como errancia

Quisiera explorar un poco el modo en que Lacan articula esta idea del amor como errancia en el Seminario XXI: Les non dupes errent.
He tomado como brújula de mi trabajo el capítulo séptimo del curso de Miller El partenaire-síntoma, el cual se llama, precisamente ‘Revaloración del amor’.
Orientándose esencialmente hacia el Seminario XX, Miller distingue aquí, en la obra de Lacan, entre un amor imaginario, narcisista, un amor simbólico – la ‘demanda de amor’ que Lacan elabora en el Seminario IV y, podríamos añadir, la definición del amor como ‘dar lo que no se tiene’ en el Seminario VIII – y en tercer lugar – en relación con la definición de Lacan del amor en el Seminario XX no como significante, sino como signo – un amor en lo real. Claramente, es este amor en lo real el que más me interesa.
Vinculando lo que dirá con una definición previa que dio del amor en un texto de 1988, ‘Charla sobre el amor’ – una definición de la función del amor como haciendo pasar el goce al deseo – Miller pregunta, en relación al Seminario XX, ‘¿cuál es la estructura que lo sostiene?’
La perspectiva de este seminario, dice, es la pulsión; una pulsión concebida como profundamente autoerótica, autista. Y teniendo esto en cuenta, una de las preguntas centrales de Lacan es ¿cómo, y a qué nivel, puede establecerse una relación con el Otro?
Vemos surgir aquí, dice Miller, el amor en una función inédita; como aquello que se introduce para establecer la conexión con el Otro. Es un amor que está pensado a nivel de lo real de la pulsión. Lacan pregunta cómo puede el goce pulsional admitir ser descompletado, carecer de algo, para verse embarcado en los asuntos del deseo. La respuesta, como dice Lacan en el Seminario XX, es que ‘el amor suple la ausencia de la relación sexual’. Esta es una metáfora que opera al nivel de lo real, diría yo, y que podemos añadir a la metáfora simbólica del amor esbozada en el Seminario VIII.
Crucialmente para nosotros, este nuevo amor está atado de manera explícita al goce femenino. Sabemos por Freud, por ejemplo, hasta qué punto las mujeres invisten el amor libidinalmente, y hasta qué punto puede asumir para ellas la castración la forma de su pérdida. (MIA HANSEN-LOVE, EL PORVENIR). Por el lado femenino de las fórmulas de la sexuación podríamos decir, pues, hay un nexo, un nudo, entre el amor y el goce, un nudo que alude a Otra forma de satisfacción. Yo preguntaría incluso si este nudo puede limitarse a lo femenino. Es decir, ¿puede la relación del hombre con el amor ser reducida a la perversión polimorfa que encuentra en su acto? El último Lacan, creo, piensa que no.
Bueno, podríamos decir muchas cosas sobre el Seminario XX a partir de lo que Miller propone aquí. Porque creo que Lacan está permanentemente luchando consigo mismo en este seminario en cuanto a si definir el amor en términos imaginarios, simbólicos o reales.
Dejaré todo esto de lado, sin embargo, para concentrarme en el Seminario XXI. Me limitaré a comentar las dos primeras sesiones.
En las páginas finales de la primera sesión, entonces, Lacan está hablando de la figura del incauto; y deberíamos recordar aquí que el seminario entero – como su título ya deja claro – es una defensa de esta figura.
De forma interesante, Lacan se interroga sobre el género del incauto. En francés es definitivamente ‘la dupe’. ¿No hay algo de lo incauto, pregunta, que es específicamente femenino? Algo que dice al margen sugiere una respuesta afirmativa. Citando a Chamfort, Lacan define el matrimonio como un ser incauto recíproco, y el matrimonio, dice, ‘es el amor’. Tenemos, entonces, una primera definición del amor con el añadido, como dice Lacan, de que en el matrimonio, la mujer nunca yerra. Esta es la razón por la que la función de esposa no tiene nada de humano.
Si pasamos ahora a la figura del ‘non dupe’ (no incauto), Lacan dice que él - ¡en masculino! – erra (ça erre). Bien, lo que es realmente interesante para nosotros es que este verbo, ‘errar’ (errer), proviene históricamente de una confusión lingüística: de la convergencia de ‘error’ (erreur) con algo que no tiene en absoluto que ver con ello, y que es similar a ‘erre’ – que significa en francés el ímpetu continuado de algo cuando lo que lo impulsa se para. Este algo es la relación con el verbo ‘iterare’, de ‘iter’, para el viaje. Este es el motivo por el que el caballero errante significa caballero itinerante. (DON QUIJOTE).
Después de todo, dice Lacan, ‘errar’ (errer) proviene de ‘iterare’, pero, crucialmente, esto no tiene nada que ver con un viaje, puesto que significa ‘repetir’, de iterum. (MILLER).
Esta distinción entre viaje y repetición (o iteración) es fundamental en todo el Seminario XXI, y Lacan ahora define al no incauto a partir de ella.
Los no incautos son aquellos que rechazan ser capturados por el espacio del ser hablante (Lacan dice aquí ‘parlant’, todavía no ‘parlêtre’). Ellos se lavan las manos con respecto a este espacio y acaban necesariamente en el error. Hay una invención, dice Lacan, que sustenta a aquellos que quieren ser no incautos de la estructura, la invención de que su vida solo es un viaje, que la vida es la del homo viator, de ése – ¡aquí de nuevo descubrimos el masculino! – que en este mundo inferior se encuentra en una tierra extraña.
Lacan se refiere aquí a una frase de Freud del último párrafo de La interpretación de los sueños. Freud pregunta sobre ‘el valor del sueño para el conocimiento del futuro’. No está hablando del valor adivinatorio, dice Lacan, sino del valor del sueño para el conocimiento de lo que resultará de él en este mundo, es decir, del discurso que se extrae del descubrimiento del inconsciente. Y Freud dice que este futuro que el soñador toma como presente es ‘gestaltet’, formado, ‘estructurado’, dice Lacan , por su ‘Wunsch’ (deseo) indestructible en la medida en que siempre es el mismo. En el presente, el sueño moldea el futuro como un ‘Ebenbild’ (un retrato fiel y eterno) del pasado.
NACIMIENTO ---------------} MUERTE
Se supone que eso es, dice Lacan, un viaje puntuado entre el nacimiento y la muerte. Y pregunta: ¿qué nos indica Freud a partir de la emergencia del inconsciente? Que en cualquier punto en el que uno esté en este así llamado viaje, la estructura – la relación a cierto saber – nunca le abandona; que el deseo, a lo largo de toda la vida, es siempre el mismo.
NACIMIENTO ---------------} MUERTE
(ESTRUCTURA)
Esto es, en el adentrarse de un ser particular en las relaciones de un mundo en el que ya reina el discurso, su deseo está completamente determinado de principio a fin.
No es totalmente claro que Lacan esté criticando radicalmente aquí a Freud. El soñador, si leemos entre líneas el texto de Lacan, es Freud mismo (y también, podríamos decir, el primer Lacan). Esto se hace mucho más claro en las páginas finales de la segunda sesión del Seminario XXI.
Lacan está hablando aquí del texto de Freud ‘La significación ocultista del sueño’, el cual por razones en las que no puedo entrar ahora no está incluido en las Obras Completas, pero se puede encontrar en la revista Imago de 1925. Lo que le interesa a Lacan es el caso de una paciente que Freud cuenta. Cuando tenía 27 años, un adivino le dijo que cuando tuviera 32 se casaría y tendría dos hijos. Freud está perplejo porque, aunque no se cumplió la predicción, el sujeto está, en palabras de Lacan, ‘absolutamente encantada’, en un ‘estado absolutamente expansivo de satisfacción’ con ella. La interpretación que hace Freud de esta satisfacción es que el adivino le había suministrado ‘el presagio que le prometía compartir el destino de su madre’. Aparentemente, esta interpretación se correspondía con los hechos, pero no obstante – o precisamente por ello – Lacan la rechaza sin ambigüedades y apunta a un campo más allá de los límites de la interpretación. (OTHER TEXT HERE). Lo así llamado ‘oculto’ no puede ser interpretado o explicado en términos edípicos. Más bien, sencillamente ocurre, irrumpe o, más exactamente – como el amor en el Seminario XX – viene al lugar de la ausencia de la relación sexual.
El edipismo de Freud, podemos concluir en términos más generales, interpreta las manifestaciones del amor según la lógica del homo viator. Pero el psicoanálisis, dice aquí Lacan, debería ser guiado por una ética completamente diferente, que esté fundada en el rechazo de ser no incauto, y que siga el ‘camino’ de ser siempre de manera más fuerte el incauto del saber inconsciente. Si, como Lacan también nos enseña, el amor siempre tiene una relación con este saber, aquí tenemos una orientación para la exploración del amor como errancia que Lacan continúa en todo este seminario.
Una crisis melancólica: 4.48 Psicosis de Sarah Kane
Voy a hablar de una obra de teatro, 4:48 Psicosis, escrita en 1999 por la autora inglesa Sarah Kane.[i] Quisiera remarcar al inicio que es muy difícil hablar de esta obra – y ciertamente es imposible darles un resumen – porque traza, en su forma fragmentaria, nada menos que la lógica implacable de una crisis melancólica. La autora se suicidó justo unos pocos días después de haberla acabado.
Las 4:48 del título es la hora de la mañana en que la voz subjetiva de la obra – la cual no consiste en otra cosa que en esta voz y sus derivas por los discursos – se despierta repetidamente para experimentar lo que llama la ‘cordura’ de su ‘yo esencial’, precisamente en la anticipación del suicidio, definitivamente apartada de las ‘ilusiones viles de la felicidad’. Como dice esta voz, ‘la cordura se halla en el centro de la convulsión, donde la locura es arrasada por el alma diseccionada’. Este tiempo de la ‘cordura’ enmarca e interrumpe insistentemente en la obra. De hecho, podríamos decir que en ultima instancia la obra colapsa en la eternidad de este tiempo. Sus monólogos – en los que, como veremos, la voz habla sobre la mirada, el cuerpo, el lenguaje, el goce, el amor, Dios y el padre – y sus diálogos – en los que la voz reimagina sus encuentros fallidos con la barbarie de una serie de psicólogos – todos ellos se desintegran en el mismo abismo.
Para aproximarme a esta obra seguiré el desarrollo de la teoría lacaniana de la melancolía; un desarrollo recapitulado de manera muy útil en el artículo de Eric Laurent ‘Melancolía, dolor de existir, cobardía moral’.[ii] Primero, pues, consideraré la lógica clínica de la melancolía que revela la obra. Segundo, consideraré esta melancolía como lo que Lacan denomina una ‘pasión del ser’ – y esta consideración abrirá lo que podríamos llamar la ‘cuestión preliminar’ de su posible tratamiento ético en la cura psicoanalítica. La obra de Sarah Kane, quisiera sugerir, nos puede decir mucho sobre esto.
La exposición más clara de Lacan sobre la lógica clínica de la melancolía se puede encontrar en el último capítulo del Seminario X: La angustia.[iii] Formalizando la idea de Freud de que, en la melancolía, ‘la sombra del objeto cae sobre el Yo’,[iv] Lacan la define en términos de una identidad – o, como dice Eric Laurent, un ‘collage absoluto’[v] – entre la imagen especular del sujeto (i(a)) y el objeto a. El único modo en que el sujeto melancólico puede acceder al objeto a es atacando su propia imagen en la precipitación suicida.
En 4:48 Psicosis la identidad suicida final de la voz subjetiva está con el objeto mirada. La voz, podríamos decir, es engullida, devorada por la mirada. Quisiera citar un pasaje – uno de los momentos de ‘cordura’ a los que me referí anteriormente – de la primera página de la obra:
una mirada consolidada reside en una sala de banquetes oscurecida cerca del techo de una mente cuyo suelo se desplaza como cien mil cucarachas cuando un rayo de luz entra cuando todos los pensamientos se unen en un instante de acuerdo cuerpo ya no expugnante cuando las cucarachas
comprenden una verdad que nadie nunca profiere
tuve una noche en que todo me fue revelado.
¿Cómo puedo hablar de nuevo?
el hermafrodita roto que se confió ela misma sola encuentra la habitación en realidad abarrotada
y pide nunca despertarse de la pesadilla
y todos estaban ahí
hasta el último
y sabían mi nombre
cuando barrenaba como un escarabajo a lo largo de las espaldas de sus sillas
Recuerda la luz y cree en la luz
Un instante de claridad antes de la luz eterna
no permitas que olvide
Se pueden decir muchas cosas sobre esto, la representación de una alucinación, pero lo que aquí es importante es que, confrontada con la mirada de las cucarachas, el sujeto es reducido a la condición de un escarabajo ‘a lo largo de las espaldas de sus sillas’. Es de esta identificación implícita con el objeto mirada de la que la voz subjetiva de la obra intenta escapar consistentemente: ‘no me miréis’, dice repetidamente, ‘no sé dónde mirar ya más’. Finalmente, sin embargo, solo puede sucumbir a esta identificación. ‘Observadme desvanecer’, la voz dice una y otra vez en la penúltima página; y, en la última, ‘por favor abrid las cortinas’. En la medida en que los suicidios melancólicos recurren a la estructura del fantasma, dice Lacan, muy a menudo eligen como su marco una ventana. La ventana ha sido reemplazada aquí, de manera figurativa, por el arco proscenio.
Es esta identidad entre la imagen especular del sujeto y el objeto a la que también nos permite elucidar – de manera muy rápida – otros aspectos de la obra.
En primer lugar, explica por qué la melancolía es, como dice Eric Laurent, una ‘decisión por el goce’.[vi] Cuando la voz en la obra habla de cortarse el brazo, y un psicólogo lo interpreta como ‘descarga de tensión’, la voz inmediatamente disiente: es porque ‘me siento de puta madre. Porque me siento jodidamente genial’.
En segundo lugar, si la imagen especular no está constituida como distinta de lo real del goce, esto explica por qué el sujeto de la voz de la obra diga que le falta una relación significante con el cuerpo: ‘el cuerpo y el alma nunca se pueden casar’; ‘aquí estoy’, dice ‘y allí está mi cuerpo’; ‘mi cuerpo descompensa/mi cuerpo vuela en pedazos’.
En tercer lugar, si la cadena significante está completamente desconectada del cuerpo, esto explica por qué aquella está reducida a la condición de lo real. Cuando la voz dice ‘me siento como si tuviera ochenta años’, y un psicólogo le dice ‘eso es una metáfora’, la voz replica ‘no es una metáfora, es un símil, pero incluso si lo fuera, la característica definitoria de una metáfora es que es real’. O de nuevo, ‘por favor…/dinero…/esposa…/todo acto es un símbolo/cuyo peso me aplasta’; ‘observa al eunuco/del pensamiento castrado’.
En cuarto lugar, si, siguiendo a Freud, tanto la melancolía como el amor implican un aplastamiento del objeto – o como dice Lacan en el Seminario I, ‘el amor es una forma de suicidio’[vii] – esto explica la preocupación que tiene la voz con este tema: ‘el amor me convierte en una esclava’, dice ‘en una jaula de lágrimas’; ‘cortadme la lengua/arrancadme el pelo/cortadme las piernas/pero dejadme mi amor/yo preferiría haber perdido las piernas/arrancado los dientes/sacado los ojos/que haber perdido mi amor’.
En quinto y último lugar, siguiendo también a Freud, lo que se ama-se odia en la melancolía, lo que es el objeto de la identificación, y lo que se reduce a una identidad abyecta con el sujeto es el padre primordial muerto – no como Nombre-del-Padre, en tanto que éste está forcluido, sino como objeto a. ‘Siempre te he querido/incluso cuando te odié’, dice la voz, ‘¿cómo soy?/justo como mi padre’; ‘que se joda mi padre por haber jodido mi vida para siempre, pero por encima de todo, jódete Dios por hacerme amar a una persona que no existe’; ‘amor mío, amor mío, ¿por qué me has abandonado?’
Para concluir, pues, quisiera hablar brevemente de la melancolía como una ‘pasión del ser’ ética. En su Escrito ‘Televisión’, Lacan define la ‘tristeza’ – lo que hoy se llama ‘depresión’ – como una ‘falta’, una ‘cobardía moral’, y añade que en la psicosis, en la melancolía, esta ‘cobardía’ está subducida por un ‘rechazo del inconsciente’.[viii] Eric Laurent insiste, en el tratamiento de la melancolía, en separar claramente estos dos momentos.[ix] ‘Cobardía moral’ apunta a un tratamiento que implicaría al sujeto en la estructura del lenguaje y el inconsciente como discurso y deseo del Otro, en lo que Lacan llama el ‘deber de bien decir’. El ‘rechazo del inconsciente’ es mucho más radical, y por tanto implica un tipo de tratamiento mucho más radical; uno que tiene en cuenta el goce mortificante que está atado para el melancólico al mismo origen del símbolo; que tiene en cuenta no el significante sino la letra, de la que el sujeto melancólico está excluido como ser viviente; y que por consiguiente interroga a este sujeto con el silencio de la pulsión de muerte.
En diversos lugares de 4:48 Psicosis, el texto es interrumpido por la letra muerta. Kane escribe abreviaturas (‘RSVP ASAP’) o simplemente una serie de números. ¿Qué tipo de tratamiento es posible para este goce mortificante? La autora nos da algunas pistas:
Doctores inescrutables, doctores sensatos, doctores idos, doctores que pensaríais que son jodidos pacientes si no se os probara lo contrario, hacen las mismas preguntas, ponen palabras en mi boca, ofrecen curas químicas para la angustia congénita y se cubren las espaldas entre sí hasta que quiero gritar para ti, el único doctor que una vez me tocó voluntariamente, que me miró a los ojos, que se rió de mi humor negro hablado en la voz de la tumba recién cavada, que se mofó cuando me afeité el pelo, que mintió y dijo que se alegró de verme. Que mintió. Y dijo que se alegró de verme.
Interrogar al sujeto melancólico desde el silencio de la pulsión de muerte podría operar, quisiera sugerir, más allá de los límites devastadores de esta mentira.
[i] The work can be found in Kane, S., Complete Plays, London, Methuen, 2001. For the sake of precision, all of the following quotes from this work have been translated by the author of this article.
[ii] Laurent, E., ‘Melancolía, dolor de existir, cobardía moral’, in Estabilizaciones en las psicosis, Buenos Aires, Manantial, 1991, pp. 113-26.
[iii] Lacan, J., ‘Del a a los nombres del padre’, Seminario X: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, pp. 362-3.
[iv] Freud, S., ‘Duelo y melancolía’, in Obras Completas XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1993.
[v] Laurent, E., ‘Melancolía, dolor de existir, cobardía moral’, p. 118.
[vi] Ibíd., p. 119.
[vii] Lacan, J., Seminario I: Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1981.
[viii] Lacan, J., ‘Televisión’, in Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 551-2.
[ix] Laurent, E., ‘Melancolía, dolor de existir, cobardía moral’, pp. 123-4.